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05 Jan
05Jan

Aunque sabemos que los magos del oriente, aquellos hombres sabios que llevaron regalos al niño Jesús después de su nacimiento, no eran reyes, no tengo problema con que la gente les llame según su tradición. En Cuba, España y en otros lugares, al día seis de enero le llaman el Día de Reyes, y así le llamé yo, hasta que me corrigió la Biblia. Pero eso no es necesario discutirlo. Solo lo menciono porque mi pequeña historia de hoy está relacionada con esa fecha y ya sea que use el término de reyes o de magos, ustedes me entenderán al final.

Soy cubana y de la generación del 70, así que estuve entre los niños que esperaron con ansiedad un número y un día para recibir nuestros únicos tres juguetes cada año. Cuando algunos niños, en una parte del mundo recibían juguetes como regalo el propio día de navidad y en otra parte los seis de enero, en Cuba la mayoría de los niños que no teníamos formación cristiana, no sabíamos tan siquiera qué era la navidad. No conocimos la historia del niño de Belén, ni nos contaron de la travesía de los magos del oriente y su epifanía. Nuestros tres juguetes nunca llegaron en diciembre, tampoco en enero. Nos llegaban en julio porque los comunistas así lo habían decidido y solo quienes lograban comprar en los dos primeros días de la venta, corrían con la suerte de conseguir los mejores.

No se cuantos años duró aquello de los tres juguetes. Creo que cuando mi hermano nació en el 80 ya eso no existía y se podían encontrar algunos más corrientes y poco llamativos en ciertas tiendas, en aquel entonces en moneda nacional. Muchos años después cuando mis hijos nacieron y ya era la época del dólar despenalizado y después del CUC, se podían conseguir mejores juguetes, pero solo quien tuviera el dinero podía lograrlo. Y créanme que no todos podían. 

Mi esposo era pastor y yo no recibia salario. Era imposible para nosotros comprar juguetes bonitos a nuestros hijos, pero la verdad es que a ellos nunca les faltaron sus regalos. Mis hijos no solo crecieron conociendo la historia del nacimiento de Jesús y participando en obras infantiles navideñas. Se sabían muchos de los himnos y canciones típicas de la temporada y me vieron activa como en ninguna época del año durante esas fechas. Para mis hijos la navidad tenia su base en una historia verdadera, pero como niños al fin, también vivieron su parte de fantasía, porque mientras les duró la infancia tuvieron unos "Reyes Magos" que viajaban desde lejos solo para ellos.

Desde comienzos de diciembre David y Anabelle escribían sus carticas a los hombres que vendrían en camellos y se colarían increíblemente por alguna ventana de nuestro hogar. Ellos esperaban la llegada casi sin poder dormir, sobre todo David, porque aunque a los dos les motivaban las sorpresas, el interés mayor de mi hijo era capturar a los sabios del oriente mientras entraban a la casa y dejaban los regalos. No se por qué siempre pensé que David no creía el cuento cien por ciento pero lo disimulaba, aunque después me contó que él quería descubrir de todas maneras cómo aparecían aquellos regalos cada seis de enero. Y por otro lado le gustaba la idea de creer que de verdad había algo mágico detrás de aquello. A Any le fascinaban los regalos y yo creo que no le importaba demasiado descubrir si de verdad los "Reyes Magos" existían.

Lo cierto es que año tras año un par de magos, (porque en nuestra historia personal eran solo dos), viajaron más de 500 km alrededor del día 5 de enero para llegar hasta nuestro hogar. Viajaban en un Moscovich en lugar de camellos y venían ilusionados con muchas sorpresas para nuestros hijos. No venían del oriente sino del occidente y había que esperar a que los niños se durmieran para vaciar su maletero y colocar los regalos debajo de nuestro arbolito.

Al amanecer del día seis, apenas nos levantábamos, tanto mis hijos como nosotros, corríamos hacia el árbol. Ellos corrían por los regalos y nosotros por ver las expresiones de sus caritas. La única frustración de David era no haber podido capturar a los magos y tener que trazar un nuevo plan para conseguirlo al año siguiente. Ponía la misma cara del Grumpy de Blancanieves, pero se le pasaba pronto mientras disfrutaba sus juguetes nuevos. Sin embargo había un detalle que mis hijos de pequeños no se daban cuenta. Y era que sus abuelos, su Tata y Raúl estaban allí con nosotros año tras año disfrutando ese momento. Ellos veían a sus abuelos en las vacaciones de verano cuando íbamos a visitarlos, pero nunca notaron que coincidentemente los abuelos nos visitaban a nosotros los primeros días de enero.

Yo recuerdo a mi mamá disfrutar los juguetes de Anabelle como si fueran de ella. Recuerdo una muñeca llamada Fortunata que parecía gustarle más a ella que a Any. Siempre llevaba una pequeña cámara y tomaba fotos mientras los niños abrían sus regalos. A Raúl lo recuerdo pidiendo a David que le dejara probar un chocolate que también le habían dejado los magos. La verdad es que esos magos eran muy generosos con nuestros hijos. Les daban en un día todo lo que quizás en un año nosotros no les hubiéramos podido comprar. Pero la realidad es que nuestros magos pasaban meses recolectando los regalos y lo que nadie calcula es la cantidad de cakes que tenían que hacer y vender para conseguirlos, aún siendo médicos de profesión.

Aquellas mañanas eran muy lindas. Eran una fiesta. Casi no podíamos caminar entre carritos, libros, dinosaurios, casitas y muñecas. Y mientras David y Anabelle abrían sus regalos y se entretenían con sus juguetes nuevos yo pensaba en el día en que aquella "magia" se acabaría cuando ellos descubrieran que los magos que visitaron a Jesús solo existieron en la primera Navidad y que sus padres y abuelos, como otros tantos en muchas familias, se habían inventado esta especie de tradición y fantasía, imitando el gesto de amor,  humildad  y reconocimiento de aquellos hombres sabios hacia Jesús. Un gesto de amor que contagia aún a dar a quienes se salen del seno familiar. Así pasó uno de aquellos seis de enero, cuando Melvis, que era la encargada de comprar regalos a los niños de nuestra iglesia para esa fecha, estaba tratando de estirar el dinero que unos amigos de Costa Rica nos habían enviado para eso, pero eran tantos los niños que el dinero no alcanzó. Entonces nuestro Mago Raúl le ofreció todo lo que podía para terminar de comprar los regalos.

¿En qué momento se acabó la magia?  Pues no lo recordamos con certeza. Según Anabelle, fue ella quien mató la ilusión de David cuando le dijo sin compasión:

 -no intentes más descubrir a los magos, yo sé que son Tata y Raúl. 

Y así, tajantemente, ese día se rompió la magia de nuestros seis de enero, pero se nos quedó en el corazón este recuerdo especial asociado a esa fecha. 

Hoy honramos la vida de nuestros magos, que no solo obsequiaron lo mejor que tenían a sus nietos. Su naturaleza ha sido siempre la de dar sin recibir nada a cambio, a cualquiera y en cualquier lugar. Han dado mucho amor y lo siguen haciendo. Y tal como los del oriente, un día reconocieron al que nació en Belén y esa es la mejor parte de esta historia, la verdadera revelación, la Epifanía. 



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